La tarde se presentaba llena de ilusión, los ojos de aquel niño tenían un brillo especial, andaba nervioso de un lado para otro, la abuela María le recriminaba jocosamente --Anda Antoñito que tienes más nervios que un bistec de a peseta-- pero el no podía estarse quieto, como estar tranquilo si a las cinco de la tarde iba a ver una película, su tía Lupe, con el entonces su novio Juan, le llevarían a el y a su prima Mari al cine Villamarta, función de tarde. El cine era algo mágico, era lo más de lo más en aquellos principio de los sesenta.
Lo recuerdos que me traen aquellas películas que veíamos de niños son fantásticos, porque el cine era ante todo fantasía, eran dos horas ensimismados ante la pantalla, ciento veinte minutos secuestrados voluntariamente, durante ese tiempo olvidábamos el mundo exterior y nos sumergíamos en el de la gran pantalla.
Cada vez que escuchaba la frase mágica ---Antoñito vamos al cine--- mi pequeño cuerpo temblaba y mi corazón se emocionaba, no había cosa mejor que eso, las películas eran sobe todo de romanos y de vaqueros. Recuerdo el revuelo que se formó en mi casa cuando extrenaron en Jerez, mi tierra, "Los Diez Mandamientos" era la comidilla de todo el mundo y un lujo el verla, pero esa peli no la vi entonces, luego de mayor si y comprendí el porqué de la expectación que generó esta gran superproducción.
Os dejo este maravilloso fado que con tanta dulzura canta Dulce Pontes, Cinema Paradise.
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